Resumen
En 1968 leíamos a Sartre y a Camus y, entre nosotros, Unamuno y Ortega se mezclaban con la poesía de Miguel Hernández o Blas de Otero, y las películas de Bergman. Vivir en la periferia, entonces, tenía limitaciones que el tiempo no subsana. Internet es hoy una posibilidad, cierto, pero también encubre, mistifica, mantiene a la conciencias individuales en su atomicidad sedente. Es su función ideológica y política, mientras se incrementan aquellas limitaciones. Aquella periferia tenía, al menos, la excusa de la ‘dictadura’. Eran tiempos de lecturas frenéticas y de emociones intensas pero «vacías», sin horizontes ni concepto. Había otras ciudades, otros jóvenes, incluso entre nosotros. Había ya quienes se agrupaban, quienes leían a Marx, quienes viajaban y, sobre todo, quienes sufrían.
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